Romanos 5:8 – “Pero Dios demuestra su amor para con nosotros, en que siendo aún pecadores, Cristo murió por nosotros.”

El amor de Dios no es un concepto teórico, sino una verdad viva, demostrada en acción. En este versículo, el apóstol Pablo revela la magnitud de ese amor: Dios no esperó que fuéramos perfectos o dignos. Nos amó en nuestro estado más roto, más rebelde, más sucio. No amó una versión mejorada de nosotros; nos amó tal como éramos.

La muerte de Cristo en la cruz es la mayor evidencia del amor divino. Es amor sacrificial, incondicional y eterno. Mientras el amor humano muchas veces depende de lo que el otro hace o merece, el amor de Dios es completamente unilateral. Él dio lo más valioso —a Su Hijo— para salvarnos, incluso cuando no lo buscábamos ni lo merecíamos.

Este amor transforma vidas. No se trata solo de recibirlo, sino también de permitir que cambie nuestra identidad, autoestima y manera de vivir. Cuando comprendemos cuánto nos ama Dios, dejamos de buscar aprobación en otras fuentes. Nos sentimos seguros, completos y profundamente valorados.


Reflexión:

¿Te has sentido alguna vez indigno del amor de Dios? ¿Crees que necesitas “arreglar” tu vida para que Él te acepte? La verdad es que nunca podremos alcanzar Su amor por mérito propio… y eso es precisamente lo que lo hace tan maravilloso.

El amor de Dios no cambia. No se debilita por tus errores ni se intensifica por tus aciertos. Es constante, perfecto y eterno. Hoy, deja que esta verdad llene tu corazón: Dios te ama. Ya. Ahora. Justo como estás. Y eso nunca cambiará.


Oración:

🛐 Padre amado, gracias por amarme sin condiciones. Aun cuando no lo merecía, diste a Jesús por mí. Ayúdame a vivir desde la certeza de tu amor, no desde la culpa ni el temor. Que cada día yo recuerde que soy valioso porque Tú lo dices, no por lo que hago. Enséñame a amar a otros con ese mismo amor inmerecido. En el nombre de Jesús, amén.

Carrito de compra
Scroll al inicio