La obediencia en la vida cristiana no es un simple cumplimiento de reglas, sino una expresión de amor. Jesús fue claro: el que lo ama, obedece. No al revés. No obedecemos para ser amados por Dios; obedecemos porque ya somos amados por Él y queremos corresponder a ese amor.
Guardar Su Palabra implica mucho más que memorizar versículos. Significa vivir conforme a lo que Él enseña, ajustar nuestras decisiones, pensamientos y acciones a Su voluntad. Obedecer, a veces, cuesta: implica negarse a uno mismo, renunciar a placeres pasajeros o tomar decisiones difíciles. Pero también es el camino que conduce a la verdadera libertad, gozo y plenitud.
Además, Jesús promete algo poderoso: cuando lo obedecemos, el Padre y el Hijo hacen morada en nosotros. Es decir, su presencia se manifiesta en nuestra vida diaria. No caminamos solos. Dios habita en nosotros, nos guía, nos consuela y nos transforma desde adentro.
Reflexión:
¿Hay áreas en tu vida donde sabes que Dios te está pidiendo obediencia, pero aún resistes? ¿Estás obedeciendo por obligación o por amor?
Dios no busca robots que simplemente cumplan órdenes. Busca hijos que, por amor, confíen en que Su voluntad es siempre mejor. La obediencia revela si realmente creemos que Él es bueno, sabio y digno de confianza. No hay obediencia pequeña; cada acto de fidelidad cuenta para el Reino.
Oración:
🛐 Señor, hoy quiero obedecerte no por miedo, sino por amor. Ayúdame a confiar en tu Palabra, aun cuando no entienda del todo. Haz que mi vida sea un reflejo de tu voluntad. Ven, Señor, y haz morada en mí. Que cada decisión que tome sea una expresión de mi amor por Ti. En el nombre de Jesús, amén.