En un mundo donde a menudo somos reducidos a números, títulos o etiquetas, Dios nos recuerda que nos conoce por nombre. Él no nos ve como un grupo genérico, sino como personas únicas, con un llamado individual y eterno.
Cuando Dios nos llama por nombre, afirma nuestra identidad y valor. Nos recuerda que pertenecemos a Él, que hemos sido redimidos y que no estamos solos. Este llamado personal también implica propósito: fuimos creados para vivir en relación con Él y reflejar su gloria.
Reflexión:
¿Estás escuchando la voz de Dios llamándote por tu nombre? No eres invisible ni olvidado. Dios te conoce, te ha redimido y te llama suyo. Eso lo cambia todo.
Oración:
Padre, gracias porque me conoces por mi nombre. Gracias por redimirme y por llamarme tuyo. Ayúdame a vivir con la certeza de que pertenezco a Ti, y que mi vida tiene un propósito eterno. En el nombre de Jesús, amén.